lunes, 17 de agosto de 2009

Raúl Arias Lovillo, Artículo semanal: Carlos Fuentes

Carlos Fuentes

Raúl Arias Lovillo
El jueves pasado la Universidad Veracruzana instaló la “Cátedra Carlos Fuentes”. Creamos, con una enorme satisfacción y orgullo, un nuevo espacio institucional donde la literatura, la historia, la filosofía o la política, o sea, los temas que el gran escritor mexicano ha sembrado a lo largo de su obra, serán objeto de reflexión y debate.
Buscamos con este acto académico crear un clima interdisciplinario gracias al cual todos los planos de una vida y una obra de indudable complejidad puedan ser discutidos libremente. Cada año, escritores de la talla de Ignacio Padilla, Santiago Gamboa y Arturo Fontaine, que nos hicieron el honor de inaugurar la Cátedra, estarán con nosotros.
Y tengo que decirlo: el acto y los diálogos del viernes con todos ellos fueron formidables, para la historia de nuestra Universidad.
En lo personal, siento una estimación especial por Carlos Fuentes que no tengo duda que nace de mi admiración por su obra y de reconocer en él su gran calidad humana. Leí apasionadamente, como miles de jóvenes mexicanos las novelas La región más Transparente y La muerte de Artemio Cruz y la colección de ensayos de Tiempo mexicano. Aún recuerdo los momentos eléctricos que muchas de las páginas de esas obras me producían. Por ello creo que cuando conocí personalmente a Fuentes, me resultó tan cercano y tan aproximado a nuestros ideales de universitarios.
Fuentes es un hombre de mentalidad joven. Cumplió 80 años como ustedes saben, pero sus visiones de la vida son de una frescura impresionante. La Universidad Veracruzana no tendrá nunca la forma de agradecerle su generosidad de donar su biblioteca, la que llevará el nombre de su hijo, Carlos Fuentes Lemus.
En su intervención del jueves, Carlos Fuentes Macías, nos hizo una confesión entrañable: su nombre de pila se lo debe a un tío Carlos, que murió en los años veinte en la ciudad de México, a los 21 años, víctima de una fiebre tifoidea. Su hijo, Carlos, como el tío, murió también joven. Escribe, comentó, atrapado en esos dos recuerdos intensos.
Confieso, además, que me conmovió la fortaleza de nuestro doctor Honoris causa. Explica para mí que en los grandes escritores, el conocimiento del ser humano, su sensibilidad, hace más grande pero también más soportable el dolor. Y crece en mí la admiración por él como pensador y como ser humano.
Dije en el acto inaugural que “la relación de la Universidad Veracruzana con Carlos Fuentes no admite condición alguna. Comprende muy bien nuestro apreciado escritor, señalé, cuánto admiramos y queremos su obra. Nuestra intención es proveernos de ella, de las imágenes y la prosa que como escritor, como periodista y como ser humano ha creado para grandeza de las letras universales. La Cátedra que lleva su nombre quiere ser la fusión íntegra con todo ese inmenso mundo literario e intelectual; un mundo, una visión, un ideal que anhelamos disponible para los universitarios y para todos como fuente de respuestas, de conocimiento, de experiencias, de sorpresas, y no se diga de emociones que sólo una obra como la de Fuentes es capaz de inspirar”.
En un momento como el actual, de crisis económica y social, y diría moral y espiritual, es cuando se valora una literatura y una reflexión ensayística como la de Carlos Fuentes, quien nos documenta acerca de cómo está hecho el mundo y nos descubre las cien, las mil formas en que se configura nuestra injerencia en él, dando testimonio, a medida que se van produciendo, de las nuevas situaciones de la existencia humana”.
Mi “admiración por los libros de Fuentes es inseparable del afecto que inspira el hombre que los escribió. Los lectores jóvenes tienden a proyectarse en el autor que leen, pero en general la edad adulta enseña a distinguir al hombre de la obra. Fuentes tiene el envidiable mérito de ser apreciado en unos y por otros. Sus amigos y los que lo han tratado pueden dar testimonio de ello. Pero lo asombroso es que esa impresión de amistad e intimidad se extiende a quienes no lo conocen y jamás han intercambiado una palabra con él.
”A pesar de su enorme erudición y de sus sutiles preocupaciones formales, el mundo de Fuentes trasciende las modas literarias o los programas vanguardistas, y se instala en una franja emocional que es común a todos sus lectores. De ahí que el hombre y la obra resulten inseparables y gocen del mismo aprecio por parte de todos ellos.
”Y en un momento, cuando descubrimos que los personajes de Carlos Fuentes poseen un rostro que tarde o temprano terminamos por reconocer, que no es otro que el de todos y cada uno de nosotros, vemos, en el paisaje de nuestra lengua común, el rostro que desde Cervantes nos ha dado identidad; el que nos ha procurado una nación: la cervantista, de cuya capital: La Mancha, todos nos acordamos, salvo aquel que la fundó y cuyo extravío nos fundó también a nosotros.”

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